Título: Siete días sin besos
Autora: Michelle Styles
Páginas: 320
Editorial: Harlequin Ibérica
Sinopsis: Roma, año 68 A.C. Lydia Veratia había cometido un error y ahora su libertad pertenecía a un hombre al que conocían en toda Roma como Lobo de Mar. Una vez comprada como esposa, Lydia sabía que lo único que aún podía controlar era su deseo. Por eso, cuando Fabius Aro le prometió que la dejaría libre si después de siete días no le había suplicado que la besara, Lydia pensó que sería muy fácil. Pero Aro era un hombre increíblemente atractivo y Lydia empezaba a sentirse más y más tentada por aquellos labios…
Ya saben que tengo una lista infinita de libros sin leer en mi estantería. El romance histórico es uno de mis géneros predilectos, y este libro llevaba muchísimo tiempo allí juntando polvo, así que como justo cumplía con las características que me pedía cierto reto al que me uní, decidí leerlo al fin vacas vuelan por todas partes 😂, así que les traigo la reseña.
La historia está ambientada en Roma, en el año sesenta y ocho A.C (tremendo viaje), y tiene como protagonista a Lydia, una joven que es vendida por su padre, como esposa al Lobo de Mar (Aro). La parte central de la trama se basa en que, durante siete días, ella deberá resistirse a la tentación de besar a su dueño, y sólo de ese modo será libre. Obviamente que él no se lo pondrá nada fácil, y he aquí el chanchullo amoroso de la obra.
Los personajes principales se conocen apenas comienza el libro, luego de que Lydia es enviada a buscar unas tablillas al sanctasanctórum -bueno, despacho- de su padre. Es un encuentro inesperado y bastante conflictivo. Ella cometió un error respecto de un negocio que habían hecho Veratio -su padre- y Aro, por lo que el primero queda en deuda. Como solución parcial a eso, hasta que recaude el dinero, Aro le exige que le entregue a su hija para unirse en matrimonio, mediante coemptio, que es la unión marital entre un ciudadano romano y una mujer patricia. A pesar de que su padre se resiste, termina cediendo ya que por lo menos, no la vende como esclava; y además, ella acepta debido a su gran culpa por haber estropeado los negocios horriblemente.
Todo este rollo de la coemptio, el sine-manu, los patricios y las tablillas, me recordaron al primer año de mi carrera, donde había una materia en la cual nos enseñaban todas estas cosas del Derecho Romano (y en latín, lo cual padecí hasta en mis pesadillas nocturnas, así que sabrán que mucho afecto que digamos no le tengo). Pero, lo traigo a colación porque me sirvió de algo -yo que le decía inútil a la pobre materia-, y es que me fue fácil habituarme en la Antigua Roma y todas esas formas.
A ver, la cosa es que en esos tiempos era fatal que un plebeyo se casara con alguien perteneciente a una familia prestigiosa, por lo cual esto armó un revuelo de mil demonios.
“Pero no pudo evitar que se le encogiera el corazón. Lydia deseaba tener algún día un matrimonio como el que habían disfrutado sus padres hasta la muerte de su madre. Deseaba tener hijos y criarlos adecuadamente para que, cuando llegara el momento, ocuparan su lugar en el senado. Pero nada de eso era posible por el momento. Las Parcas habían querido que salvara el honor de su familia”.
Lydia se nos presenta al comienzo como una mujer arrogante, superada, que no se limita a las tareas domésticas, que quiere trascender de las que se la pasan hilando y escuchando chismes en los baños. De las que no se dejan doblegar por nada, ni por nadie. Claramente, a mitad de la cosa, se da vuelta como una tortilla. No es que esto me moleste, es que se me hace totalmente predecible a estas alturas, las escenas de autosuficiencia en donde ella va contra viento y marea, y después ¡paf!, se choca un paredón. Y siempre he creído que en la mayoría de los casos, esta necedad hace quedar a las protagonistas femeninas como estúpidas, y corrientes.
Aro, tópico a morir: Una estatua de Apolo. Un adonis del Olimpo. De los que pasan y hasta los postes de luz de las calles se tuercen para caer rendidos a sus pies. Tiene fama de "salvaje" y una reputación de mujeriego. Por esta razón es que Lydia le teme, pero para su sorpresa, tras las puertas cerradas él es todo un querubín.
El romance sí me gustó bastante, porque es rosa hasta la médula, así que lo disfruté. Especialmente porque se cuece de manera lenta, y no es que de buenas a primeras se concreta todo. Las escenas subidas de tono surgen paulatinamente y no son molestas a la vista. Tampoco es que introduce nada del otro mundo, ni es algo innovador en calidad de erotismo.
Hacia la mitad del libro ya me estaba desesperando un poco porque la protagonista me parecía irremediablemente idiota. Aunque la traten bien, igual ella quiere actuar como una prisionera cautiva en alta mar, esperando la oportunidad ideal para huir....¿really?. Además, le cuesta bastante desprenderse de sus ademanes de rica, lo que me sacó de quicio en muchas ocasiones.
Así que el libro me gustó, pero por momentos sentía que estaba leyendo más y más de lo mismo. El personaje masculino me agradó más que Lydia (que si pudiera le tiraría un par de chancletazos) porque aunque era empalagoso, por lo menos no era un histriónico bipolar. Estuvo original la parte en que él le asegura que pasarán una semana sin hacer el amor, excepto que ella le ruegue que él la bese -de hecho, le asegura que serán tres veces las que se lo pida-. Bueno, eso se lleva los puntos, porque aunque ella está medio chiflada, el señor ingenioso es todo un seductor. Y los menos son porque a fin de cuentas, la apuesta es la más trucha de todos los tiempos (no diré mucho por no spoilear) y no merece llamarse apuesta, ¡qué estafa!
“Los años que llevaba en el mar, haciendo crecer su negocio, le habían hecho aprender el valor de la paciencia. Aquél que esperaba y estaba preparado para aprovechar cualquier oportunidad, era el que conseguía todo lo que se proponía”.
3/5